La naturaleza se rige por un delicado equilibrio y no percatarse de ello puede tener terribles consecuencias. Las salpas pueden ser un claro ejemplo de que el remedio puede ser peor que la enfermedad y de que cualquier ser vivo, por pequeño o simple que pueda parecer, cumple un papel importante en el equilibrio natural. Estos tunicados, del tamaño de un pulgar, pueden encontrarse en mares ecuatoriales, templados o fríos aunque no son muy conocidos. La mayor concentración de salpas habita en el océano Antártico, donde forman grandes colonias.
Los científicos han descubierto la capacidad de las salpas de fijar el dióxido de Carbono (CO2), uno de los gases de efecto invernadero, y evitan que llegue a la atmósfera. Al igual que otros animales, se alimentan de fitoplancton, una especie de pequeñas algas marinas que usan a su vez CO2 para crecer. Cuando algún ser vivo lo ingiere, también atrapa en su interior este gas. Cuando el animal excreta o muere, la mayor parte del CO2 vuelve a liberarse. En cambio, los excrementos de las salpas se transforman en pequeñas bolas que se hunden, al igual que sus cuerpos al morir.
Por ello, podría suponerse que provocar su aumento sería muy útil para combatir el cambio climático. Sin embargo, su multiplicación inducida alteraría el equilibrio natural de los océanos y causaría graves efectos. Ricardo Aguilar, director de investigación y proyectos de la organización conservacionista Oceana, recuerda que en los últimos años se ha producido un incremento elevado de las propias salpas o de las medusas, por falta de vertebrados, lo que está generando otros problemas y no está ayudando a reducir el cambio climático.
Los científicos han descubierto que el aumento del número de salpas en el océano Antártico está relacionado con el descenso del krill, un pequeño crustáceo básico en la dieta de las ballenas, así como de otros animales.
Científicos australianos de la organización de investigación CSIRO y de la Universidad australiana de Nueva Gales del Sur emprendieron una expedición el año pasado para estudiar a estos seres en la costa este de Australia. Los investigadores descubrieron que su número era diez veces superior a los primeros registros de hace 70 años.
Por ello, Aguilar explica que el incremento provocado de las salpas afectaría aún más al equilibrio del ecosistema, ya que competirían por los mismos recursos que otras especies importantes que también se alimentan de plancton, por lo que reducirían su número.
Asimismo, el experto de Oceana recuerda que otros organismos también pueden fijar el CO2, pero que en cualquier caso, concluye Aguilar, los océanos tienen sus limitaciones y su nivel de saturación ya es muy alto.
esto es una grandísima falacia por cuando es el phytoplancton quien absorve dióxido de carbono y, merced a su clorofila, en presencia de luz solar lo procesan liberando oxígeno e incorporando carbono que, a su muerte o a su fagocitación, sí se hunde en el océano. Por ende, las salpas que se alimentan de microorganismos vegetales que producen oxígeno, lo único que hacen es acelerar el calentamiento global
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